lunes, 3 de septiembre de 2018


El benteveo (Leyenda guaraní)

Akitá y Mondorí se casaron y vivían en una cabaña de la selva. Cuando la madre de Akitá murió, su padre le pidió albergue y Akitá, Mondorí y Sagua-á, el hijo de ambos, de ocho años, lo recibieron con cariño. Era ya viejo pero intentaba ayudarles en lo que podía y mientras los padres iban a sus tareas, cuidaba del pequeño.
El abuelo enseñó al nieto el manejo del arco y las flechas y juntos gustaban de ir a pescar al río. Muchas veces, cuando los padres volvían, encontraban pescados sabrosos asándose al fuego.
Era tanta la bondad y tantos los cuidados del abuelo para con su nieto que éste se convirtió en un pequeño tirano muy exigente y sólo se reprimía en presencia de sus padres.
Cuando el viejo no tuvo fuerzas para acompañar al niño al río ni al bosque a recoger la miel silvestre, pasaba la mayor parte del tiempo tejiendo cestos y fabricando anzuelos.
El niño se alejaba del abuelo, pero cuando sus padres volvían al anochecer, lo encontraban junto a él y estaban confiados.
Un día el niño se retuvo por el bosque con otros niños de su edad y cuando volvieron sus padres, descubrieron que el abuelo no había probado bocado pues había estado solo y sin ayuda todo el día.
Cuando el niño llegó a casa, su papá Akitá le reprendió su falta de piedad para con el anciano. Sagua-á no respondió, pero se llenó de ira y en su interior juzgaba injustas las palabras de su padre.
Desde ese día la madre solía quedarse en la cabaña atendiendo al abuelo. Pero un día en que Modorí tuvo necesariamente que ir a ayudar a Akitá, dejó el recado al niño de que cuidara del anciano. Sagua-á respondió airado que sería la última vez que le obligaban a quedarse en la cabaña al lado del abuelo para cuidar de él.
Mondorí partió muy preocupada a ayudar a su marido en el algodonal. No comprendía cómo su hijo se había vuelto ten egoísta y de sentimientos tan mezquinos.
Sagua-á en la choza, pasó todo el día arreglando sus cosas, sin acordarse del abuelo.
-¡Sagua-á...! - oyó que le llamaba el anciano con voz apenas audible.
-¿Qué quieres? ¡Ya voy! -contestó malhumorado, pero no se movió.
-¡Sagua-á...! Ven, por favor, dame un poco de agua... -insistía el anciano.
-¿Se apaga tu vida como un cochimbo? - reía divertido el niño.
-Sí, mi vida se acaba como un pito güé... Un poco de agua...
El abuelo expiró, mientras el nieto repetía riendo “pito güé, pito güé”.
Sagua-á no se dio cuenta de la transformación que su cuerpo empezó a experimentar: su cuerpo se achicó cubriéndose de plumas y su cabeza se alargó en forma de pico.
Momentos después, en la cabaña, yacía en su lecho exánime el anciano, mientras en un rincón, un pájaro de lomo pardo y pecho amarillo, no cesaba de repetir: “pito güé, pito güé”
Cuando Akitá y Mondorí volvieron encontraron al anciano muerto y saliendo por la abertura de la puerta vieron un pájaro de plumaje pardo y amarillo volar hasta posarse en una rama del jacarandá, para gritar en tono lastimero: “pito güé, pito güé”.
Este era el origen para los guaraníes del benteveo, al que ellos llamaban pito güé.
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Es un resumen que me he permitido hacer de esta bonita leyenda, pues tal como lo encontré era muy extenso.

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