lunes, 25 de febrero de 2019


El pecho colorao

Esta leyenda araucana tiene origen en los Montes del Tordillo, en las proximidades del Tuyú.
Cuentan que Huecubú, el demonio siempre dispuesto al mal, se disfrazaba de pájaro negro con un plumaje tan brillante como no había otro igual.
Volando por esos montes, una mañana luminosa, oyó los trinos de la calandria y de inmediato se encaminó al punto de donde partían.
Pensó deslumbrarla inmediatamente para absorber su atención, con su vistoso plumaje, haciendo gala de su extremada delicadeza.
-Buenos días, vecinita. Quisiera saber cuál es el nombre del pájaro más hermoso que has visto por estos lugares.
Imaginó que la fama de cualquier otro quedaría empañada con su presencia. Mas, cuál no sería su sorpresa, cuando la simpática avecilla le contestó con su cortesía habitual:
-El que canta en la copa del chañar amarillo, señor.
Dominado por la envidia, cortó entonces una espina de tala y sin proferir una palabra más, voló en dirección del chañar amarillo.
El inocente pájaro señalado estaba en la puerta de su nido, cuando recibió un flechazo que le causó punzante herida.
Cayó al pie del árbol sin sentido, creyendo morir de dolor. Pero una voz desconocida –era la del mismo Dios- le anunció:
-Serás compensado de tu injusto sufrimiento.
E inmediatamente la sangre se contuvo, el pajarillo recuperó sus fuerzas y voló nuevamente a su nido.
Huecubú se retorcía de ira. El pajarillo lucía sedoso plumaje en el que destacaba una mancha roja que le otorgaría en el futuro, el nombre de pecho colorado.

Clelia Gómez Reynoso

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miércoles, 20 de febrero de 2019



Tutatis

Era uno de los dioses principales de la Bretaña y la Galia. Un dios protector de muchas tribus celtas, pero no se sabe mucho de él.
Se decía que sus devotos ofrecían sacrificios humanos a Tutatis y que él prefería que las víctimas fueran ahogadas, sumergidas en un barril de cerveza.
Algunos de los cuerpos de la Edad de Hierro que se han encontrado conservados en pantanos europeos se cree que eran víctimas sacrificadas al dios Tutatis.

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jueves, 14 de febrero de 2019


Leyenda de Francisco “El Hombre”

Parece ser que existió realmente el personaje sobre el que se fraguó la leyenda. Dos son los Franciscos de los que se pudo partir. Uno de ellos sería natural de Machobayo y el otro de  Plato, poblaciones ambas colombianas. El primero, de nombre Francisco Moscote es nombrado por García Marquez en “Cien años de soledad”. Dice de él que era una especie de juglar centenario que  solía aparecer por Macondo cantando sus propias canciones. Sobre el otro, de nombre Francisco Rada, al que se le atribuye la creación de un aire del vallenato, llamado “el son”, se rodó una película en el año 2000, titulada “El acordeón del diablo.”
La historia cuenta que Francisco “el hombre” era un músico juglar que viajaba de pueblo en pueblo amenizando las fiestas de los lugareños. Una noche que viajaba sobre su borrico interpretando melodías en su vieja acordeón, se vio sorprendido por la réplica sonora que recibía desde la oscuridad de cada una de sus canciones. A cada melodía alguien le respondía superándole en la interpretación. Lleno de curiosidad, siguió la procedencia del sonido y descubrió con asombro que era el mismo diablo quien arrancaba esas melodías formidables, sentado con su acordeón en las raíces de un árbol.
El diablo sonrió y tocó con su acordeón tal melodía que hizo apagar la luz de la  luna y de las estrellas. Francisco no se arredró, sino que de la suya arrancó tan hermosa  melodía que hizo brillar de nuevo los astros del firmamento. Después, con voz firme recitó el credo al revés y el demonio asustado, huyó hacia la espesura arrastrando su acordeón.
(Resumen de lo recogido en la red)

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viernes, 8 de febrero de 2019


La mitología europea

Las primeras mitologías europeas se han perdido casi totalmente. No conocemos ni el nombre de sus dioses ni sus historias. Lo que conocemos es a través de la arqueología.
En la era glacial, las pinturas rupestres de los pueblos del Paleolítico (entre 38.000 y 8.000 años a. de C.) nos muestran escenas de caza con bisontes, ciervos y caballos. Aparecen figuras humanas de cazadores y chamanes realizando ritos mágicos para tener éxito en la caza. 

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Aparecen también grabados de mujeres de curvas exageradas relacionadas con la fertilidad.
En la Edad de Piedra (a partir de unos 7.000 años a. de C.) grababan estatuas de dioses en piedra y los modelaban en arcilla. Dioses y diosas relacionados con la fertilidad y la agricultura, con características animales de aves o con máscaras.

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En la Edad de Bronce (desde el 2.500 a. de C.) apareció la escritura y se inventó la rueda. Es el período de las grandes culturas pregriegas del Cicládico y la Creta minoica, donde aparece el gran dios del cielo, dominante y rey de los dioses, en las culturas griega, romana, escandinava y celta.

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domingo, 3 de febrero de 2019


El Último vástago

El último retoño de una raza fuerte y noble había nacido poeta. Se llamaba Yrupé, como la flor de los ríos. Y era alto, bien parecido y con tez bronceada.
Como todo guaraní, amó la selva, y amó también a Baicobé, la joven que llegó a ser su esposa.
Las cristalinas aguas del río Uruguay lo tuvieron en su seno y la floresta lo vio deslizarse en canoa, siguiendo la costa.
Sus versos primeros fueron para esos dos cariños: el suelo y su esposa.
Pero un otoño ventoso y desapacible, ella se fue con el séquito de hojas caídas, a otros mundos, y el hombre joven, se tornó más sombrío, y su cabeza se cubrió de plata.
La selva entera respetó su viudez, silenciando sus rumores. Yrupé, en adelante, sólo hizo versos a las glorias de su raza.
Mas, un sentimiento le anunciaba que ella también se extinguiría, por el dominio del blanco.
Un día que estaba más sensible que otros, se despidió del jacarandá, del ceibo, del burucuyá, y miró cariñosamente al “carau”, al picaflor y al zorzal.
Y otro día, Yrupé, el último retoño puro de la raza guaraní, exhalaba el último suspiro.
Todo lo que él anunciara aconteció. Muchedumbres de blancos conquistaron la región. El progreso se hizo sentir. Cayeron árboles, se abrieron picadas y la civilización modificó lo que la naturaleza había regalado al lugar.
Pero los moradores, algunos mestizos de guaraníes y blancos, afirman que en noches tranquilas de verano, cuando la bella Yasí Obaguasú platea las aguas del Uruguay y la selva que aún resta, entre la fronda se desliza una sombra que recorre los dominios de sus mayores. Luego se eleva una música. Vuelve a dormirse la selva y del follaje se desprenden minúsculas y cristalinas gotas. Son sus lágrimas.
Clelia Gómez Reynoso

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