sábado, 16 de junio de 2018


El origen de las disputas entre asiáticos y europeos.

Esta leyenda hace referencia al origen de las lides entre griegos y asiáticos, recogida en la mitología griega.
Los negociantes fenicios, desembarcando sus mercaderías, las expusieron con orden a pública venta. Entre las mujeres que en gran número concurrieron a la playa, fue una, la joven Ió, hija de Inacho rey de Argos, a la cual dan los persas el mismo nombre que los griegos. Al quinto o sexto día de la llegada de los extranjeros, despachada la mayor parte de los géneros y hallándose las mujeres cercanas a la popa, después de haber comprado cada uno lo que más excitaba sus deseos, concibieron y ejecutaron los fenicios el pensamiento de robarlas. En efecto, exhortándose unos a otros, arremetieron contra todas ellas, y bien la mayor parte se les pudo escapar, no cupo esta suerte a la princesa, que, arrebatada con otras, fue metida en la nave y llevada a Egipto, para donde se hicieron luego a la vela.

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Así dicen los persas que Ió fue conducida a Egipto, no como lo cuentan los griegos, y que este fue el principio de los atentados públicos entre asiáticos y europeos, más que después ciertos griegos (serían a la cuenta los cretenses, puesto que no saben decirnos su nombre), habiendo sitiado a Tiro en las costas de Fenicia, arrebataron a aquel príncipe una hija, por nombre Europa, pagando a los fenicios la injuria recibida con otra equivalente.

Añaden también que no satisfechos los griegos con este desafuero, cometieron algunos años después otro semejante; porque habiendo navegado en una nave larga hasta el río Fasis, llegaron al Eea en la Colchida, donde después de haber conseguido el objeto principal de su viaje, robaron al rey de Colcos una hija llamada Medea. Su padre, por medio de un heraldo que envió a Grecia, pidió, juntamente con la satisfacción del rapto, que le fuese restituida su hija; pero los griegos contestaron que ya que los asiáticos no se la dieron antes por el robo de Ió, tampoco la darían ellos por el de Medea.

Refieren además que en la segunda edad que siguió a estos agravios, fue cometido otro igual por Alejandro, uno de los hijos de Príamo. La fama de los raptos anteriores, que habían quedado impunes, inspiró a aquel joven el capricho de poseer también alguna mujer ilustre robada de la Grecia, creyendo sin duda que no tendría que dar por esta injuria la menor satisfacción. En efecto, robo a Helena, y los griegos acordaron enviar luego embajadores a pedir su restitución y que se les pagase la pena del rapto. Los embajadores declararon la comisión que traían y se les dió por respuesta, echándoles en cara el robo de Medea, que era muy extraño que no habiendo los griegos por su parte satisfecho la injuria anterior, ni restituido la presa, se atreviesen a pretender de nadie la debida satisfacción para sí mismos.

Hasta aquí, después, según los persas, no hubo más hostilidades que la de estos raptos mutuos, siendo los griegos los que tuvieron la culpa de que en lo sucesivo se encendiese la discordia, por haber comenzado sus expediciones contra el Asia primero que pensasen los persas en hacerlas contra la Europa. En su opinión, esto de robar las mujeres es a la verdad una cosa que repugna a las reglas de la justicia; pero también es poco conforme a la cultura y civilización el tomar con tanto empeño la venganza por ellas, y por el contrario, el no hacer ningún caso de las arrebatadas, es propio de gente cuerda y política, porque bien claro esta que si ellas no lo quisiesen  de veras nunca hubiesen sido robadas.

Por esta razón, añaden los persas, los pueblos del Asia miraron siempre con mucha frialdad estos raptos, muy al revés que los griegos, quienes por una hembra lacedemonia juntaron un ejército numerosísimo, y pasando al Asia destruyeron el reino de Príamo; época fatal del odio con que miraron ellos después por enemigo perpetuo al nombre griego. Lo que no tiene duda es que el Asia y a las naciones bárbaras que la pueblan, las miran los persas como cosa propia, reputando a toda Europa, y con mucha particularidad a la Grecia, como una región separada de su dominio.

Así pasaron las cosas, según refieren los persas, los cuales están persuadidos de que el origen del odio y enemistad para los griegos les vino de la toma de Troya. Mas por lo que hace al robo de Ió, no están acordes con ello los fenicios, porque estos niegan haberla conducido a Egipto, por vía de rapto, y antes bien, pretenden que la joven griega, de resultas de un trato nimiamente familiar con el patrono de la nave, como se viese con el tiempo próxima a ser madre, por el rubor que tuvo de revelar a sus padres su debilidad, prefirió voluntariamente partir con los fenicios, a fin de evitar de este modo su pública deshora.

Publicado por Madd. Tomado de la red

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