El Último vástago
El último
retoño de una raza fuerte y noble había nacido poeta. Se llamaba Yrupé, como la
flor de los ríos. Y era alto, bien parecido y con tez bronceada.
Como todo
guaraní, amó la selva, y amó también a Baicobé, la joven que llegó a ser su
esposa.
Las cristalinas
aguas del río Uruguay lo tuvieron en su seno y la floresta lo vio deslizarse en
canoa, siguiendo la costa.
Sus versos
primeros fueron para esos dos cariños: el suelo y su esposa.
Pero un otoño
ventoso y desapacible, ella se fue con el séquito de hojas caídas, a otros
mundos, y el hombre joven, se tornó más sombrío, y su cabeza se cubrió de
plata.
La selva entera
respetó su viudez, silenciando sus rumores. Yrupé, en adelante, sólo hizo
versos a las glorias de su raza.
Mas, un sentimiento
le anunciaba que ella también se extinguiría, por el dominio del blanco.
Un día que
estaba más sensible que otros, se despidió del jacarandá, del ceibo, del burucuyá,
y miró cariñosamente al “carau”, al picaflor y al zorzal.
Y otro día,
Yrupé, el último retoño puro de la raza guaraní, exhalaba el último suspiro.
Todo lo que él
anunciara aconteció. Muchedumbres de blancos conquistaron la región. El
progreso se hizo sentir. Cayeron árboles, se abrieron picadas y la civilización
modificó lo que la naturaleza había regalado al lugar.
Pero los
moradores, algunos mestizos de guaraníes y blancos, afirman que en noches
tranquilas de verano, cuando la bella Yasí Obaguasú platea las aguas del
Uruguay y la selva que aún resta, entre la fronda se desliza una sombra que
recorre los dominios de sus mayores. Luego se eleva una música. Vuelve a
dormirse la selva y del follaje se desprenden minúsculas y cristalinas gotas.
Son sus lágrimas.
Clelia Gómez
Reynoso
Imagen:https://www.google.com
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