El Chom
Cuenta una leyenda maya que hubo un rey en la ciudad de
Uxmal que quiso honrar al Señor de la Vida, preparando en su palacio una gran
fiesta a la que invitó a los guerreros, reyes y sacerdotes de los reinos
vecinos.
Organizó un gran banquete en la terraza de su palacio, desde
donde se podía contemplar la belleza de la ciudad adornada para la ocasión.
Cuando ya todo estaba preparado, el rey salió con todos los suyos a recibir a
los invitados, momento que aprovecharon unos zapilotes o chom en lengua maya,
para volar hasta las mesas repletas de los manjares y comérselos todos en en un
santiamén.
Cuando el rey volvió con sus invitados a la terraza y vio el
destrozo organizado por los pájaros, se enojó sobremanera y ordenó que los
arqueros mataran a los zapilotes con sus flechas; mas, ni una sola flecha los
alcanzó y el rey sólo pudo recoger del suelo algunas plumas caídas en el
revuelo.
Los sacerdotes del reino se reunieron y uno de ellos tomó
las plumas y las arrojó a un brasero para que se quemasen. Las plumas, que eran de colores, se volvieron negras.
Entonces el sacerdote las molió y el polvo lo echó en un cuenco con agua, y el
agua se volvió negruzca y espesa. El sacerdote guardó el agua y ordenó a los
sirvientes que volvieran a preparar las mesas repletas de manjares en la
terraza para atraer de nuevo a los zapilotes.
Se hizo así, y cuando los chom volaron de nuevo hasta las
mesas para dar cuenta de la comida, los sirvientes salieron de repente y
lanzaron el caldo negruzco sobre los zapilotes. Estos levantaron el vuelo y
para secarse se acercaron tanto al sol que se les quemaron las plumas de la
cabeza.
Desde ese momento hasta hoy,
las plumas de los zapilotes, que antes eran de colores, se volvieron
negras y su cabeza quedó desplumada. Desde entonces, los chom tienen vergüenza
de su fealdad y por eso vuelan tan alto, para no ser vistos. Sólo bajan a la
tierra cuando están hambrientos para saciarse con la basura y la carroña
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