HERACLES
- Décimo trabajo: Los bueyes de Geriones
Primero Heracles tuvo que pasar el Océano. Para ello pidió prestada la
“copa del Sol”. Era una gran copa en la que el Sol se embarcaba cada noche para
regresar a su palacio de oriente. El Sol le prestó su copa, porque se vio
amenazado con las flechas de Heracles y le tuvo miedo.
Después, el Océano, que primero había intentado desestabilizar la
embarcación de Heracles, desistió y dejó de agitar las aguas, por miedo también
a las flechas de Heracles.
Llegado al lugar, tuvo que abatir de un mazazo al temible perro Ortro,
también al boyero Euritión y al mismo Geriones a flechazos. Después tomó a los
animales y los embarcó en la copa del Sol y volvió a Tartesos.
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Euristeo impuso a Heracles como undécimo trabajo que bajase a los infiernos
y le trajese el perro Cerbero.
Heracles bajó por la “Boca del Infierno” y cuando los muertos le vieron
llegar, huyeron. Sólo dos le aguardaron: la Górgona y el héroe Meleagro.
Heracles quiso acometer a la Górgona con la espada, pero era una sombra vana;
quiso atacar a Meleagro con sus flechas, pero Meleagro le contó cómo fue su
muerte y conmovió a Heracles, haciéndole llorar y prometiéndole que se casaría
con su hermana, Deyanira.
Más allá Heracles encontró a Teseo que estaba encadenado y le liberó.
Después dio libertad a Ascáfalo de la roca en que estaba encadenado, pero
Deméter lo convirtió en lechuza. Después sacrificó algunos animales para dar
con su sangre un poco de vida a algunos muertos.
Por fin llegó ante Ades y, siguiendo las condiciones impuestas por éste,
Heracles capturó al perro Cerbero sin recurrir a las armas. Lo agarró por el
cuello y, a pesar de que el rabo del perro le picó varias veces, pues era una
especie de escorpión, dominó a la presa.
Cuando vuelto Heracles con el perro, Euristeo los vio, tuvo miedo y se
volvió a esconder en una jarra.
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HERACLES
- Duodécimo trabajo: las manzanas de oro de las Hespérides
En el trabajo número doce, tuvo que ir al monte Atlas para robar las
manzanas de oro. El árbol de estas manzanas de oro lo había mandado plantar
Hera en el jardín junto al Atlas. Resulta que Gea había regalado a Hera como
presente en su boda con Zeus esta clase de manzanas que tanto entusiasmaron a
Hera.
Para que las hijas de Atlas no robaran las manzanas, Hera puso de
guardianes a un dragón de cien cabezas y a tres ninfas del atardecer, las
Hespérides, llamadas Egle, Eritia y Hesperaretusa.
Cuando Heracles llegó al Atlas, vio que éste llevaba el mundo sobre los
hombros. Atlas ofreció las manzanas a
Heracles si éste era capaz de sostener el mundo también sobre sus hombros por
unos momentos, mientras que él, Atlas, iba a buscarlas y Heracles aceptó.
Cuando Atlas regresó con las manzanas, le dijo a Heracles que continuara
sosteniendo el mundo que con gusto él mismo iría a llevar las manzanas a
Euristeo. Heracles simuló consentir pero le pidió que lo descargase un momento
del mundo, el tiempo suficiente para ponerse una almohada debajo. El gigante no
receló, pero Heracles tan pronto se vio libre, cogió las manzanas que Atlas
había dejado en el suelo y emprendió la fuga.
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