A Bao A Qu
En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el
principio del tiemo A Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas.
Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza
de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La vibración de la persona que
se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo,
su cuerpo y su piel casi translúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende
la escalera. El A Bao A Qu se coloca casi en los talones del visitante y sube prendiéndose
del borde de los escalones curvos y gastados por los pies de generaciones de peregrinos.
En cada escalón se intensifica su color. Su forma se perfecciona
y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su sensibilidad es
el hecho que él sólo logra su forma perfecta en el último escalón, cuando el que
sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así, el A Bao A Qu queda
como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido y la
luz vacilante.
El A Bao A Qu sufre
cuando no puede formarse totalmente y su queja es un rumor apenas perceptible, semejante
al roce de la sed. Pero cuando el hombre o la mujer que lo reviven están llenos
de pureza, el A Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e
irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar
el peregrino, el A Bao a Qu rueda y cae hasta el escalón inicial, donde ya apagado
y semejante a una lámina de contornos vagos, espera la próximo visitante.
Sólo es posible verlo bien cuando llega a la mitad de la
escalera, donde las prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo ayudan
a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo y
que al tacto recuerda la piel del durazno.
Jorge Luis Borges.
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