El Sisimico de las segovias
Corpulento, peludo, feroz y de grito penetrante,
el Sisimico habitaba en lo más recóndito de las selvas segovianas. Cuadrúmano
como el gorila y el orangután, su obsesión era robar mujeres, gozarlas y abandonarlas,
según las versiones más populares. Otra, lo presenta anciano, sin fuerzas para raptar
sus hembras, semejando una sola sombra larga. Pero en los pueblos vecinos de
las cordilleras de Dipilto y Jalapa se escuchaba una versión más en la que el
Sisimico terminaba feliz con su presa: una cocinera de una vivienda cerca de Murra
que había capturado cuando se aprovisionaba de agua en una fuente. El Sisimico,
saliendo de la espesura, la levanto en vilo y se le echó ala espalda. Después
de mucho vagar, llegó a una cueva, metió dentro de ella a la mujer y cerró la
entrada con una roca. A la media noche regresó trayéndole frutas y carne cruda.
Pasado algún tiempo, a la cocinera le
nació un niño. El Sisimico cogía a la criatura entre sus brazos y con su lengua
le friccionaba los pies y la cabeza, instando con sus ademanes a que ella
hiciera lo mismo. La mujer enseñó al niño a hablar y a mostrarle las cosas del mundo.
El animal que más llamó la atención del niño fue el gallo anunciador del alba
que ostenta hermoso ropaje y una cresta como rosa roja. A la mujer le nació luego un Sisimiquito que no sufría frío porque lo protegía su finísimo y tupido
pelaje. A la muerte del Sisimico, perpetrada por cazadores desalmados, la mujer
se dedicó al cuidado de su niño y de su Sisimiquito.
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