El origen de las disputas entre asiáticos y europeos.
Esta leyenda hace referencia al origen de las lides entre
griegos y asiáticos, recogida en la mitología griega.
Los negociantes fenicios, desembarcando sus mercaderías, las
expusieron con orden a pública venta. Entre las mujeres que en gran número
concurrieron a la playa, fue una, la joven Ió, hija de Inacho rey de Argos, a
la cual dan los persas el mismo nombre que los griegos. Al quinto o sexto día
de la llegada de los extranjeros, despachada la mayor parte de los géneros y
hallándose las mujeres cercanas a la popa, después de haber comprado cada uno
lo que más excitaba sus deseos, concibieron y ejecutaron los fenicios el
pensamiento de robarlas. En efecto, exhortándose unos a otros, arremetieron
contra todas ellas, y bien la mayor parte se les pudo escapar, no cupo esta
suerte a la princesa, que, arrebatada con otras, fue metida en la nave y
llevada a Egipto, para donde se hicieron luego a la vela.
Así dicen los persas que Ió fue conducida a Egipto, no como lo
cuentan los griegos, y que este fue el principio de los atentados públicos
entre asiáticos y europeos, más que después ciertos griegos (serían a la cuenta
los cretenses, puesto que no saben decirnos su nombre), habiendo sitiado a Tiro
en las costas de Fenicia, arrebataron a aquel príncipe una hija, por nombre
Europa, pagando a los fenicios la injuria recibida con otra equivalente.
Añaden también que no satisfechos los griegos con este
desafuero, cometieron algunos años después otro semejante; porque habiendo
navegado en una nave larga hasta el río Fasis, llegaron al Eea en la Colchida,
donde después de haber conseguido el objeto principal de su viaje, robaron al
rey de Colcos una hija llamada Medea. Su padre, por medio de un heraldo que
envió a Grecia, pidió, juntamente con la satisfacción del rapto, que le fuese
restituida su hija; pero los griegos contestaron que ya que los asiáticos no se
la dieron antes por el robo de Ió, tampoco la darían ellos por el de Medea.
Refieren además que en la segunda edad que siguió a estos
agravios, fue cometido otro igual por Alejandro, uno de los hijos de Príamo. La
fama de los raptos anteriores, que habían quedado impunes, inspiró a aquel
joven el capricho de poseer también alguna mujer ilustre robada de la Grecia,
creyendo sin duda que no tendría que dar por esta injuria la menor
satisfacción. En efecto, robo a Helena, y los griegos acordaron enviar luego
embajadores a pedir su restitución y que se les pagase la pena del rapto. Los
embajadores declararon la comisión que traían y se les dió por respuesta,
echándoles en cara el robo de Medea, que era muy extraño que no habiendo los
griegos por su parte satisfecho la injuria anterior, ni restituido la presa, se
atreviesen a pretender de nadie la debida satisfacción para sí mismos.
Hasta aquí, después, según los persas, no hubo más hostilidades
que la de estos raptos mutuos, siendo los griegos los que tuvieron la culpa de
que en lo sucesivo se encendiese la discordia, por haber comenzado sus
expediciones contra el Asia primero que pensasen los persas en hacerlas contra
la Europa. En su opinión, esto de robar las mujeres es a la verdad una cosa que
repugna a las reglas de la justicia; pero también es poco conforme a la cultura
y civilización el tomar con tanto empeño la venganza por ellas, y por el
contrario, el no hacer ningún caso de las arrebatadas, es propio de gente
cuerda y política, porque bien claro esta que si ellas no lo quisiesen de veras nunca hubiesen sido robadas.
Por esta razón, añaden los persas, los pueblos del Asia miraron
siempre con mucha frialdad estos raptos, muy al revés que los griegos, quienes
por una hembra lacedemonia juntaron un ejército numerosísimo, y pasando al Asia
destruyeron el reino de Príamo; época fatal del odio con que miraron ellos
después por enemigo perpetuo al nombre griego. Lo que no tiene duda es que el
Asia y a las naciones bárbaras que la pueblan, las miran los persas como cosa
propia, reputando a toda Europa, y con mucha particularidad a la Grecia, como
una región separada de su dominio.
Así pasaron las cosas, según refieren los persas, los cuales
están persuadidos de que el origen del odio y enemistad para los griegos les
vino de la toma de Troya. Mas por lo que hace al robo de Ió, no están acordes
con ello los fenicios, porque estos niegan haberla conducido a Egipto, por vía
de rapto, y antes bien, pretenden que la joven griega, de resultas de un trato
nimiamente familiar con el patrono de la nave, como se viese con el tiempo
próxima a ser madre, por el rubor que tuvo de revelar a sus padres su
debilidad, prefirió voluntariamente partir con los fenicios, a fin de evitar de
este modo su pública deshora.
Publicado por Madd. Tomado de la red
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